"Cristo no podría haber alcanzado la vida celestial, ni habría derramado el Espíritu Santo, si primeramente no hubiera muerto al pecado, al mundo y a su vida misma. Él murió al pecado para poder vivir para Dios.
Y de esa manera, el Espíritu Santo nos trae la Cruz a nuestros corazones.
Únicamente crucificados con Cristo es que podemos recibir todo el poder del Espíritu".
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