sábado, 4 de octubre de 2008

LA TRAMPA DE LA LEY

Hay que resaltar que, por encima de esta enseñanza clásica sobre el peligro de volvernos esclavos de nuestros pecados y nuestras tendencias egoistas, San Pablo quiere hacernos comprender que existe otra trampa para la libertad del cristiano más sutil, más difícil de detectar, y por lo tanto más peligrosa: la trampa de la ley. Se trata de otra trampa de la carne que no se manifiesta como el desorden moral, sino en la que el régimen de la gracia es sustituido por el de la ley, lo cual constituye una perversión del Evangelio, explicaremos por qué.

La circunstancia histórica que motiva que San Pablo se exprese en estos términos es de sobra conocido:en la comunidad en la que ha anunciado el evangelio, algunos rectifican sus enseñanzas afirmando antes estos cristianos neófitos que no podrán salvarse sin la circuncisión y sin la práctica de multitud de prescripciones de la ley de Moisés.Pablo reacciona avisando que:" habéis roto con Cristo los que queréis ser justificados por la ley : habéis quedado separados de la gracia".

La ley en sí misma es buena: ayuda a discernir el bien del mal. Pero su trampa es la siguiente: al hacer de la práctica de la ley condición de la salvación nos instalamos en una lógica según la cual la salvación no procede del amor gratuito de Dios manifestado en Cristo, sino de las obras realizadas por el hombre.Las dos lógicas se oponen mutuamente: por la de la gracia, el hombre recibe de forma gratuita e independientemente de sus méritos la salvación y el amor de Dios a través de Cristo y responde a este amor de forma gratuita mediante las obras buenas que el Espíritu Santo le concede realizar.Lógicas, pues, ya que la una se fundamente en el amor gratuito y fundamental de Dios y la otra en el hombre y sus capacidades.

La lógica de la ley, conduce al orgullo y a la desesperanza: la ley y la piedad de quien lo hace todo por obligación como si tuviera una deuda que pagar a Dios, cuando Cristo en la Cruz redimió cualquier deuda del hombre con Dios, la lógica de la Ley nos mantiene en una dependencia negativa: en lugar de vivir sujetos al amor y a la misericordia divina, dependemos de nosotros mismos. El legalismo, y el perfeccionismo hace la vida imposible a los demás y se convierte en un ser inmisericorde.





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